jueves, 22 de septiembre de 2011

El menor espectáculo del mundo, de Félix J. Palma

Cada vez me gusta más este autor. Camina sobre la delagada línea que separa la literatura del puro entretenimiento, sin llegar a decantarse definitivamente de uno u otro lado. Sus historias parecen intrascendentes, enfocadas en lo cotidiano o el detalle menor. Según progresan todo se enreda y la existencia de los personajes aparece atrapada y depender crucialmente de esa futilidad. Cuando acabas, siempre te queda la sensación de que lo que has leído en realidad tiene más fondo del que parece. Sus historias son hipnóticas, te envuelven y te atrapan con su prosa barroca e hiperbólica, a ratos trágica, a ratos cómica, a menudo irónica o sarcástica. Disfrutas cada línea del relato. Envidio a sus hijos, si los tiene, porque deben de pasárselo cañón cuando les cuente cuentos por las noches.

El libro que nos ocupa es una colección de 9 relatos. En todos ellos la vida de un hombre queda determinada por su relación con una mujer. Se podría decir que son historias de amor, mirada cada una desde un ángulo distinto, aunque esta forma de describirlas no las define bien. Pero en realidad no quiero decir más, porque leerlas merece mucho la pena. Así que termino con una descripción borgística del libro.

Una historia –seguramente apócrifa– de Kafka da pie a un réplica en dos planos en El país de las muñecas. En dos de los relatos, un punto cómico el uno (Margabarismos) algo romántico el otro (Maullidos), juega el autor con el ultramundo. Lo absurda que se puede revelar la existencia es el hilo conductor del bárbaro cuento Una palabra tuya. Por su parte, Un ascenso a los infiernos, El síndrome de Karenina y Bibelot, muestran tres caras trágicas del amor. En El valiente anestesista, una madre narra a su hija la infidelidad de su padre entreverada con El sastrecillo valiente. Finalmente, el volumen incluye un cuento cuántico —un “cuéntico” quizás—, con un final a mi juicio consistente con la interpretación de Copenhague.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Terra Nostra, de Carlos Fuentes

"Increíble el primer animal que soñó con otro animal. Monstruoso el primer vertebrado que logró incorporarse sobre dos pies y así esparció el terror entre las bestias normales que aún se arrastraban, con alegre y natural cercanía, por el fango creador. Asombrosos el primer telefonazo, el primer hervor, la primera canción y el primer taparrabos."

Así comienza esta monumental novela de Carlos Fuentes (casi 800 páginas de letra menuda; un dolor de brazos, porque no hay versión electrónica), sin duda una de las más extrañas y fascinantes que he leído nunca. ¿De qué trata? ¡Buff! Difícil pregunta. Lo más superficial que se puede decir de ella es que es una novela sobre la España de Felipe II y la conquista de América. Porque, en realidad, es y no es eso. De hecho, me atrevería a afirmar que no hay un solo suceso histórico real en la novela. A ver cómo empiezo a explicarlo (porque, a decir verdad, yo no la he entendido bien, y por las críticas que he leído y las tesis que se han escrito sobre ella, nadie la ha entendido realmente). A lo largo de la Historia ha habido momentos en que la humanidad ha llegado a un punto crítico. Ocurre cuando el mundo como se concibe, las escalas de valores, las ideas, el orden social... chocan con una realidad que ha ido cambiando lenta pero inexorablemente, como consecuencia de fuerzas sociales internas (yo diría evolutivas). Como resultado de esos conflictos surge un nuevo orden, una nueva etapa histórica, que se desarrolla de acuerdo a nuevos valores hasta el siguiente punto crítico. Si hubiera que destacar uno de esos puntos como aquél en el que la transformación resultó más brutal, más dramática, tal vez sería el paso de la Edad Media a la Moderna. Un mundo oscuro, supersticioso, opresivo, controlado por la religión y los monarcas investidos de poderes que emanan directamente de Dios, es derrotado por una corriente de humanismo, que se ha ido gestando en las ciudades, al abrigo de una burguesía que ha ido prosperando a la sombra de los prejuicios religiosos. Y si hubo un lugar en el mundo donde ese conflicto alcanzó su punto más álgido, ese lugar fue España. Porque no olvidemos que nuestro país fue el último baluarte del catolicismo (una desgracia que aún nos lastra) y la transición a la modernidad coincidió con la conquista de América y la llegada del oro y la plata de las Indias, un balón de oxígeno que mantuvo en pie de guerra a los viejos poderes durante aún dos siglos. Y por añadidura, la España que conquistó América fue la Vieja España, la beata, cazurra y bestial España de los Reyes Católicos y los Austrias. Y las consecuencias de este hecho aún perduran. Esto es exactamente de lo que va la novela. Creo que Carlos Fuentes entiende que ese momento y este lugar fueron "EL" Punto Crítico (con mayúsculas) de toda la Historia, y la novela es una compleja, elaborada y magistral reflexión sobre este hecho. Podría haber escrito un sesudo y erudito ensayo, como hubiera hecho un historiador, pero siendo, como es, un gran novelista (quizá el más grande en nuestra lengua que hay hoy vivo), optó por escribir Terra Nostra.

Decía —y sorprenderá— que no hay un solo hecho histórico en toda la novela. La razón es que Carlos Fuentes ha rehusado escribir una novela histórica al uso, que desmenuce la psicología y la sociedad de aquella época de conflicto, y ha preferido una opción mucho más difícil: ha construido un mito. Y hay que ser muy grande para poder hacer eso y que salga bien. Esa es la primera impresión que transmite Terra Nostra: ¿¡cómo se puede escribir una novela así!? El protagonista de la novela, un mexicano manco que hace de hombre anuncio en París, se despierta en una ciudad en la que están ocurriendo todo tipo de prodigios: el Sena hierve; la Torre Eiffel se ha convertido en una gran jaula de aves; peregrinos que se flagelan circulan en procesión por la ciudad; masas de hombres están siendo enviados a unos hornos crematorios que esparcen su olor a carne quemada, y todas las mujeres, incluidas viejas y niñas, están pariendo a la vez a orillas del Sena. La fábula empieza cuando el protagonista se encuentra con una chica que pinta dibujos en el suelo en uno de los puentes del río y que le asegura que tienen una cita concertada desde hace siglos. En un momento dado él cae a las aguas del Sena y ella le arroja una botella verde lacrada que lleva un pergamino dentro, como si se tratase de un salvavidas.

En el capítulo siguiente hemos sido transportados a una corte española cuyo Señor tiene toda la pinta de ser Felipe II, y su palacio El Escorial. Pero en realidad no lo es. O sí lo es, pero a ratos. Porque aquí los personajes no mantienen la identidad, sino que son metapersonajes que encarnan a la vez varias figuras históricas. El Señor es Felipe II, pero a veces es su abuelo, Felipe el Hermoso (sí, sí, lo que oís) y a veces su bisnieto Carlos II. En realidad es una encarnación de los Austrias al completo. Representa el viejo mundo, el antiguo orden, el culto a la muerte, el catolicismo fanático, el poder absoluto. Tiene un valido que representa a todos los validos, antiguos señores venidos a menos, sin escrúpulos, que arriban al poder trepando a cualquier precio. Pero también es el conquistador, es Hernán Cortés, es el esclavizador de los indios.

Dos personajes claves más son una mujer llamada Celestina, que a veces es una bruja-alcahueta y a veces una muchacha con deseos de vivir libre. Su característica principal es que antes de morir transmite su memoria a otras mujeres, que se convierten así en ella misma, de manera que su memoria es total y eterna. Es, como se descubre más tarde, la chica del puente del Sena. Como los demás personajes, Celestina adopta multitud de identidades, siendo también una reina-diosa azteca, una gitana y algún que otro personaje mítico (como Isis, si no recuerdo mal). El otro personaje es un monje con espíritu humanista que se enfrenta al poder y se alía con Celestina.

A todo esto el protagonista aparece de pronto inmerso en este pasado, como un náufrago en la orilla de la playa, pero convertido en tres personas, identificados por llevar una cruz tatuada en la espalda y tener seis dedos en los pies. El tres es un número importante en la novela; a él se alude multitud de veces: se cita la Cábala ("Uno es la raíz de todo. Dos es la negación de uno. Tres es la síntesis de uno y dos. Los contiene a ambos. Los equilibra. Anuncia la pluralidad que le sigue."); se alude a mitos antiguos en que aparecen tríos (Osiris, Isis, Seth); se habla de las tres religiones (judíos, moros y cristianos); también la novela consta de tres partes (El Viejo Mundo, El Nuevo Mundo y El Otro Mundo); el protagonista se convierte en tres personajes. Incidentalmente, es uno de estos tres personajes, el que llamarán en la novela el Peregrino, el que descubre (en un sueño) el Nuevo Mundo y narra el conflicto que se produce al interaccionar con él al Señor y a los otros personajes principales.

La novela es totalmente simbólica. Nada es lo que parece, todo tiene significados ocultos. Los hechos forman un complicado rompecabezas muy difícil de armar. Todo lo que percibes de la novela (al menos, ese es mi caso) lo intuyes más que lo comprendes. Es como escuchar una sinfonía que te habla en un lenguaje, el de la música, que transmite sensaciones pero no te habla con palabras. En la novela confluye todo: pasado, presente y futuro; los hechos reales y los mitos; Dios y Quetzalcoátl; la Biblia y la Cábala; la mística y el sexo más depravado; la Historia y la Literatura. Esta última, de hecho, es muy importante. Ya he mencionado a Celestina, que encarna ocasionalmente su papel de vieja trotaconventos, pero también aparece el Cronista, un personaje que acaba destinado a galeras y luchando en una batalla contra los turcos en un lejano golfo de Asia Menor y al que las heridas dejan manco. Este personaje que, por cierto, en plena batalla lanza una botella verde lacrada al mar donde están escritos los primeros párrafos de La metamorfosis de Kafka. Aparece Don Quijote; aparecen Don Juan, Doña Inés y el Comendador, personajes metamorfoseados a partir de otros. Algún capítulo comienza emulando a las claras el comienzo de Cien años de soledad... Y al final también está el Cronista último: el autor.

En resumen: un mes después de sacarla de la biblioteca me encuentro abrumado por la novela. No sé si he leído una obra maestra (la novela cumbre de la literatura hispana del siglo XX, como la califican muchos sin dudarlo, entre ellos Volpi) o los delirios de un loco. Lo que sí sé es que, de haber leído una crítica como la que acabo de escribir habría dicho, seguramente, ¡vade retro! Y sin embargo no he podido dejarla en ningún momento: es hipnótica. Como he dicho antes, creo que Carlos Fuentes es uno de los grandes; de los muy grandes. Escribir esto y escribirlo así es imposible para cualquier otra persona. Terra Nostra es el Ulises de la lengua castellana; el 2001 de la literatura hispana.