sábado, 30 de junio de 2012

El viajero del siglo, de Andrés Neuman

En pleno siglo XIX un viajero nómada llega una noche de invierno a Wandernburgo, una ciudad deslocalizada, a medio camino entre Berlín y Dessau. La ciudad es extraña, su paisaje parece cambiar de un día para otro y tiene la propiedad de atrapar a sus habitantes de tal modo que nunca nadie se ha marchado de ella. Nuestro viajero se aloja en una posada con intención de partir al día siguiente, pero primero un mendigo que vive de tocar el organillo y al que conoce en la plaza del pueblo y más tarde la fascinante hija de un burgués venido a menos al que encuentra en una celabración le hacen posponer su marcha indefinidamente. A partir de ahí la novela gira en torno a la relación de amor entre el protagonista y la chica, cuya boda con el hijo de una famila rica está prevista para finales del verano; un matrimonio de conveniencia que tiene como principal misión salvar las maltrechas finanzas de su padre y que ella acepta sin reservas, tanto por amor a su padre como por la devoción que le profesa su futuro marido.

No es habitual que un escritor contemporáneo, y por añadidura joven, se decida a escribir un novelón decimonónico a la manera de Flaubert, Clarín, Eça de Queirós o Galdós, pero como podéis ver, eso es lo que es esta novela. No es solo que la historia trascurra en el siglo XIX (novelas ambientadas en ese siglo las hay a cientos; forman casi un género en sí mismas), es que el ritmo, la elaboración de los personajes, el esquema argumental, la historia de amor adúltero... Todo parece seguir el patrón definido por los grandes novelistas del realismo europeo. Y sin embargo, la novela es decimonónica solo en apariencia. Según progresa, uno va notando que el relato es moderno en muchos sentidos. Para empezar, la psicología de los personajes es contemporánea. En especial la de la chica. Por supuesto están ahí los condicionantes de su siglo, y a ellos se atiene de manera convincente (es consciente de que tiene que casarse con su prometido, del desastre que acarrearía a su familia que se conociera su relación con el forastero, de que una mujer, en esa sociedad y en esa época, no puede hacer lo que le dé la gana), pero la forma de encararlos es moderna. Es inteligente y tiene una avanzada formación académica (una excentricidad que su padre le consintió), lo que la hace ser muy consciente de las limitaciones que la sociedad impone a las mujeres; pero a la vez sabe todo lo que hay en juego y que las actitudes románticas pueden conducir al desastre.

El protagonista también es un personaje moderno. Se diría que procede del futuro. No se sabe nada de su origen, un secreto que guarda con mucho celo; no tiene prejuicios de clase de ningún tipo; parece ganarse la vida con su trabajo de traductor en lugar de vivir de rentas familiares; tiene un pensamiento muy liberal... Así que la historia de amor que se establece entre ambos es también atípica. Hay una relación de igualdad en la pareja que no es habitual en las novelas decimonónicas. Lejos de sucumbir a la seducción del hombre, es la mujer la que parece llevar en todo momento las riendas de la relación. Es ella la que decide cuándo, cómo, dónde y hasta cuándo. Y él, nuestro protagonista, acata agradecido del tiempo que está compartiendo con ella, aun sabiendo que la relación tiene fecha de caducidad.  El sexo, tan elíptico en las novelas del XIX, es aquí absolutamente explícito, y los protagonistas carecen de inhibiciones. Además, están tan intrincado en la trama que forma una parte importante de ella; la historia progresa mientras sus personajes follan; las conversaciones que mantienen no son triviales, nos dan claves importantes de su relación. Es sexo XXIst century style.

Otros aspectos más formales rompen también el esquema del género. Apenas hay descripciones en el relato y cuando las hay, son pinceladas muy breves, más orientadas a proporcionar una atmósfera que un marco geográfico. Hay mucho simbolismo en la novela (el personaje del organillero, el ciclo de las estaciones, etc.). La acotación de los diálogos también es atípica. Las intervenciones no se suceden marcadads con guiones, como es habitual, sino que aparecen en texto corrido (pero siempre queda claro quién está hablando). En ocasiones uno de los dialogantes interviene entre paréntesis, lo que inmediatamente dota al diálogo de un punto de vista. A veces la conversación entre dos personajes es un monólogo, y la segunda voz la inferimos de él (como cuando escuchamos a alguien hablando por teléfono). El relato también está intercalado de ensayo hisórico y político, de poesía y de crítica literaria. Todo ello a través de las tertulias o las traducciones. Si bien esto no es tan raro en la novela del XIX (Tolstoi es muy dado a ello, por ejemplo), sí que es inusual el peso que tiene en ésta, porque tanto los personajes como sus relaciones se definen a través de sus opiniones.

Esta novela recibió el premio Alfaguara en 2009, y en su contraportada Roberto Bolaño dice «Tocado por la gracia. La literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre.» Ambas cosas me causaron prevención: desconfío de los premios literarios y de las citas elogiosas de grandes escritores muertos. Ahora sé, sin embargo, que Bolaño tenía razón —pese a que murió seis años antes de que se publicara la novela.

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