jueves, 22 de noviembre de 2012

Ciudad, de Clifford Simak

La mayor parte de los relatos de ciencia ficción de los años 50 se caracterizan por tres elementos comunes. El primero es el escenario postapocalítico. La humanidad se ve enfrentada a algún tipo de desastre y la historia se centra en  el mundo que emerge tras él. Es natural: la guerra fría ha hecho estragos en las conciencias; el sentir la espada de Damocles nuclear todos los días durante tanto tiempo ha vuelto a la gente pesimista y obsesiva respecto a qué pasará después (¡si hay un después!). Así que los autores de esa época se lanzan a recrear todo tipo de escenarios, en todos los cuales hay, además, una  fuerte autocensura. La entrada dedicada a Cántico por Leibowitz reseñaba un magnífico ejemplo de esta literatura.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Hacia los confines del mundo, de Harry Thompson

Hacia los confines del mundo es el insulso título con que algún preclaro editor ha decidido rebautizar en castellano esta única novela de Harry Thompson titulada This thing of darkness. Es un retítulo en la línea de Aterriza como puedas (Airplane!), La semilla del diablo (Rosemary's baby) o Dos tontos muy tontos (Dumb & Dumber), que manifiestan la sensibilidad artística de un coleccionista de discos de gasolinera. Más adelante explicaré lo que a mí me sugiere el verdadero título, una metáfora desafortunadamente lost in translation.

Todo el mundo conoce el Beagle, ese barco planero que partió de Barnet Pool, Devenport, el 27 de diciembre de 1831, en una misión de dos años cuyo cometido era cartografiar las costas de las Malvinas, Tierra de Fuego y Chile, y que regresó a Inglaterra cinco años más tarde tras haber dado la vuelta al mundo. Y la razón por la que todo el mundo lo conoce no es por los magníficos mapas que proporcionó al Almirantazgo inglés (mapas que se han estado usando hasta la llegada de la fotografía por satélite), sino porque a bordo de ese barco viajaba como naturalista un joven aspirante a clérigo llamado Charles Darwin, que a su regreso, y como consecuencia de ese viaje, se había transformado en el artífice intelectual de la teoría más revolucionaria que ha producido la ciencia.

sábado, 3 de noviembre de 2012

A la caza del carnero salvaje, por Haruki Murakami

Este es el tercer libro que me leo de Murakami. Como ya dije en mis dos reseñas anteriores, me gusta Murakami. Tiene una forma de escribir peculiar y las historias son raras donde las haya. Buscando por internet, a esta novela la ponían muy bien y decidí leerla. Su argumento ya es algo rarillo:
Su contraportada: Un desencantado treintañero, superviviente de su propia juventud, tiene con un socio más o menos alcohólico una pequeña agencia de publicidad y traducciones. En una de sus campañas publicitarias ha publicado una fotografía que lo pondrá en el punto de mira de un poderosísimo grupo industrial, verdadero imperio económico y también político. Y a partir de aquí, se verá lanzado a una ardua investigación, digna de las mejores novelas policíacas americanas: antes de un mes debe encontrar el lugar donde fue hecha la fotografía y el animal que aparece en ella. Si no lo hace le convertirán en un paria en su propia sociedad. El lector, junto con el protagonista, se internará en esta búsqueda del carnero mítico que, cuando es mirado por alguien a quien él elige, posee al espectador. Un carnero que –dice la leyenda– se apoderó de Gengis Khan y que tal vez no sea más que la encarnación del poder absoluto.