jueves, 22 de noviembre de 2012

Ciudad, de Clifford Simak

La mayor parte de los relatos de ciencia ficción de los años 50 se caracterizan por tres elementos comunes. El primero es el escenario postapocalítico. La humanidad se ve enfrentada a algún tipo de desastre y la historia se centra en  el mundo que emerge tras él. Es natural: la guerra fría ha hecho estragos en las conciencias; el sentir la espada de Damocles nuclear todos los días durante tanto tiempo ha vuelto a la gente pesimista y obsesiva respecto a qué pasará después (¡si hay un después!). Así que los autores de esa época se lanzan a recrear todo tipo de escenarios, en todos los cuales hay, además, una  fuerte autocensura. La entrada dedicada a Cántico por Leibowitz reseñaba un magnífico ejemplo de esta literatura.

El segundo elemento, ligado al anterior, son unos personajes muy condicionados por el destino de la humanidad. Los relatos están llenos de comités mundiales, gobiernos globales, etc., que toman decisiones preocupados por el rumbo que debe tomar la especie humana. Incluso los protagonistas suelen ser seres agobiados por ese destino, y sus decisiones, a veces increíbles, están supeditadas a ese fin. Unas veces a favor, otras en contra; es decir, a veces son superfilántropos que se sacrifican por la humanidad, y a veces sus decisiones la condenan en aras de un bien mayor, por el bien del planeta, de la naturaleza, o de lo que sea. Aparte de ser increíbles, los personajes y las historias resultan de una ingenuidad propia de libros de adolescentes. Me sorprende mucho, porque los autores son adultos y deberían estar al tanto —como hace muchos años que yo lo estoy— de que el destino de la raza humana no entra ni con peso inifinitesimal en la función de utilidad de nadie (perdón por la jerga económica). Nunca lo ha hecho y nunca lo hará. Por eso no mueven a nadie (y a gobiernos menos que a nadie) potenciales amenazas como el calentamiento del planeta, la deforestación o el agujero de la capa de ozono. Lo que tenga que ser será y nos la envainaremos, pero no vamos a dejar de ir de copas por ello. ¿Por qué esta obsesión con el destino de la especie? ¿Será porque el darwinismo social sonaba todavía reciente en aquellos años? No tengo ni idea, pero es una constante en esta literatura.

El último elemento de la ciencia ficción cicuentera es la lectura filosófica de los relatos. A veces más explícitamente, a veces menos, pero lo que se dirime en el relato, más allá de la anécdota, es una reflexión filosófica sobre alguna, o varias, de las grandes preguntas. Quizá este sea el único elemento que ha trascendido a la ciencia ficción moderna, porque se siguen escribiendo novelas del género de un calado filosófico importante. Tal vez la ciencia ficción se presta a ello porque su escala es planetaria: grandes espacios y dilatados tiempos, y eso hace más fácil hablar de nuestro origen, nuestro destino, el sentido de la vida y cuestiones similares.

En este sentido Ciudad, de Clifford Simak, es un ejemplo canónico de la ciencia ficción de los 50. Y muy bien valorado por los incondicionales, he de decir. El argumento es este. En un futuro muy lejano los perros son la única raza inteligente de la Tierra. El único vestigio que queda del hombre son ocho relatos legendarios que los perros suelen contarse unos a otros como parte de su mitología. La novela es la recopilación escrita de esos relatos, comentados por un perro historiador. En los comentarios nos explica que tan solo un autor defiende que la existencia del mítico “hombre” del que hablan las leyendas fue real, pero que prácticamente nadie está de acuerdo. En realidad todos creen que el hombre es un ser imaginario, una especie de dios al estilo griego que forma parte del mito del origen de la civilización perruna. Pero lo que nosotros leemos en esos relatos es la historia del declive y extinción de la especie humana.

He de decir que pese a la ingenuidad del relato de la que he hablado antes he encontrado simpática la novela (aunque “simpático” no parece aquí el calificativo más apropiado). Más bien resulta entrañable leer este tipo de literatura a estas alturas del negocio. Ahora, de ahí a considerarlo obra maestra del género... Supongo que los incondicionales pueden ver en él cosas que a mí se me escapan. A lo mejor es en ellas donde está la genialidad. Yo no las veo. Pero como digo no está mal. Si sois fan del género ya la habréis leído (y si no, ¿a qué esperáis? ¿Es que no leéis blogs? ¡Es un clásico!). Si como yo no pasa de una ligera afición, más para liberar la mente que para otra cosa (sin hacer de menos a las grandes contribuciones al género), pues vosotros mismos. Si tienes prevenciones contra la ciencia ficción, ¡guárdate! “Esta no es tu taza de té”.

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